El destino ya no es cíclico,
solo Hana lo sospecha entre prisas y apagones,
aspira urgencias, bonitas manicuras y cremas baratas.
Todas las mañanas, aplasta la cera con calma,
en los seniles reproches y las amnesias jóvenes.
Camina luego tristona, en su calle ratona,
abre ventanas inmensas, sin reflejos de nostalgia.
Obediente a lo lejos, la radio se descuelga
en brebajes opiáceos y cantares de sirenas.
Mareas y reflujos hilvanan, más vendas y remesas.
¡Viva la naturaleza muerta!
Rechinan en el golfo, las velas.
Atardece sola.
Dulcemente, la penumbra la abraza,
y la revolución vieja, nuevamente sueña.
a las revoluciones jovenes que esperan el sueño final de las viejas
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